Para el creyente la religión se constituye,
antes que nada, como un conjunto de doctrinas y creencias que le informan sobre
el sentido último de la existencia, el mundo, el hombre y la historia. A su vez
le ofrece un plan de salvación y le indica el mal de que tiene que salvarse. En
este sentido el marxismo se constituye claramente como una religión. ¡¿Qué?!
¿No es acaso el marxismo una filosofía marcadamente antirreligiosa? Claro que
sí, pero ello no quita que pueda ser también una religión. Es una filosofía antirreligiosa
pero no arreligiosa. Recuérdese que para el creyente fanático y
militante no basta con predicar la verdad de se religión, tiene que demostrar
que todas las demás están equivocadas y, por tanto, son inicuas. Exactamente lo
mismo pasa con el creyente de la fe marxista: el adversario (cristiano,
derechista o liberal) no sólo está en error, sino también en pecado.
El intransigente fanatismo de los
revolucionarios soviéticos es la mejor muestra de esto. Para ellos los escritos
de Marx, Engels y Lenin no eran ciencia, sino revelación. Los hombres habían de
limitarse a creerlos, interpretarlos y seguir sus enseñanzas, además de
predicar el mensaje a los hombres de todos los pueblos y naciones teniendo
siempre en mente que ésta es la fórmula infalible para la salvación y progreso
de la humanidad. Cualquiera que se pensase diferente o se rebelara era
inmediatamente perseguido y aniquilado por aquella Inquisición llamada Ejército
Rojo. Y es que, para la religión comunista, el hacer la Guerra Santa contra
el infiel es la obligación de todo creyente, para defender y expandir el
socialismo.
Para el marxismo, al igual que en la
tradición judeocristiana, la historia del hombre se inicia en el paraíso. No
existía propiedad privada, ni Estado, ni clases; pues en el comunismo primitivo
todos los hombres vivían en perfecta armonía. Pero un día se sucedió la gran
desgracia: el hombre comió del fruto del árbol prohibido y nació la propiedad
privada. Luego de cometer el pecado original el hombre es expulsado del paraíso
y condenada a arrancar los frutos de la tierra con la alineación de su trabajo,
iniciándose así la explotación del hombre por el hombre.
Pero la Historia no se ha
olvidado del hombre y le envía un salvador. Del seno de una familia burguesa,
en la Alemania
del siglo XIX, nace Carlos Marx, profeta de las naciones. La Historia es Dios y Marx
es su profeta pues sólo a él le ha sido revelado el plan divino para salvar a
la humanidad y sólo a él le ha sido dado el conocer “la ley económica detrás
del movimiento de la sociedad” (prefacio a la primera edición de “El Capital”),
es decir, la voluntad divina, el materialismo dialéctico.
Luego de haber andado miles de años en
el desierto y pasando por diversos modos de producción económica, la clase
oprimida (el pueblo elegido) ve acercarse la hora de su liberación. Aunque ve
extenderse el mal a su alrededor no pierde la esperanza, pues sabe que este
reinado del mal, llamado capitalismo, sólo anuncia que el fin de los tiempos
está cerca y que los pecadores pronto serán castigados. Tal es la revelación
que hace Marx en el libro de Apocalipsis, perdón, en el tercer tomo de El
Capital: “Al paso que disminuye el número de los potentados del capital que
usurpan y monopolizan todos los beneficios de este periodo de evolución social,
aumentan la miseria, la opresión, la esclavitud, la degradación, la
explotación, pero también aumenta la resistencia de la clase obrera, cada vez
más numerosa, disciplinada, unida y organizada por el propio mecanismo de la
producción capitalista. El monopolio del capital ha llegado a ser un obstáculo
para el sistema actual de producción, que ha crecido y prosperado con él. La
socialización del trabajo y la centralización de sus resortes materiales han llegado
a un grado en que no pueden contenerse ya en la envoltura capitalista. Esta
envoltura está próxima a romperse: la hora postrera de la propiedad capitalista
ha sonado ya; los expropiadores van a ser expropiados”.
Luego de este periodo de convulsión social
(gran tribulación) y Dictadura de Proletariado vendrá el Juicio Final y la
clase obrera será salvada. Se instaurará el comunismo (reinado de Paz) y los
justos heredarán la tierra. Ya no habrá tristeza ni llanto sino que nacerá una
sociedad de hombres buenos y felices, sin clases ni Estado.
Todo ello suena muy bonito, pero
lamentablemente es falso. Ello se encargaron de demostrarlo Lenin, Stalin y Mao
Tse Tung en el siglo XX con el sistema totalitario y opresor que crearon. El
Evangelio marxista, anunciador del paraíso terrenal del comunismo, dio lugar al
infierno socialista. Lo que inició como un sueño se convirtió en una terrible
pesadilla. Nadie lo ha expresado con tanta elocuencia como Leszek Kolakowski,
eminente teórico del marxismo (que abandonaría luego): “Hace cien años
éramos felices. Sabíamos que existían los explotadores y los explotados, los
ricos y los pobres, pero teníamos una idea acabad de cómo liberarnos de la
injusticia: expropiábamos a los propietarios y entregábamos la riqueza para el
bien común. Pues bien: expropiamos a los dueño... y creamos uno de los sistemas
más monstruosos y opresivos de la historia”.
“El marxismo es el opio del pueblo”
puede decirse con toda razón pues tiene a quienes creen en él en la
interminable espera de la realización, sin cesar diferida, de un sueño absurdo
y quimérico: la realización del paraíso en la tierra.