“Nada es eterno,
salvo la materia en eterno movimiento, en eterno cambio, y las leyes según las
cuales se mueve y cambia”, decía Friedrich Engels en su Dialéctica de la Naturaleza (1873).
He aquí el dogma de fe del ateísmo marxista: la eternidad de la materia.
Escribía Carlos Staehlin en su libro “Ateísmo marxista”: “El ateísmo marxista se basa en la eternidad de la materia.
Afirma que la materia ha existido desde toda la eternidad, y de este modo no
necesitan a Dios-Creador. Pero la eternidad de la materia es una afirmación, no
una demostración. Físicamente es inverificable, y filosóficamente es
inaceptable. Pero los marxistas, que se precian de no admitir en su doctrina
teórica y práctica sino los hechos que la ciencia ha demostrado ser ciertos,
esta afirmación de la eternidad de la materia la admiten sin demostración
alguna. La imponen, sin más, como un postulado base de su ateísmo”.
En realidad el
afirmar la inexistencia de Dios, tal como lo hace el ateísmo marxista, se
parece más a un dogma de fe que a una convicción racional. Como decía Ángel
González Álvarez, Catedrático en Metafísica y miembro de la Real Academia de
Ciencias Morales y Políticas: “El ateo afirma que Dios no existe, pero no
tiene pruebas para demostrarlo, porque no las hay. El ateísmo es una profesión
de fe en la no existencia de Dios”. Por ejemplo, Nietzsche y Sartre, cuando
hablan de la “muerte de Dios”, no tienen argumentos para probar la inexistencia
de Dios, sólo la asumen dogmáticamente para poder construir su edificio
filosófico ya que, de existir Dios, éste se vendría abajo. Tampoco para Marx el
ateísmo era consecuencia de una demostración: era algo de lo que se debía
partir. Y no sólo eso, rabiosos materialistas ateos como Marx o Lenin lo eran
no por convicciones racionales, sino por motivos emocionales y psicológicos.
Marx ya desde joven odiaba todo lo que fuera Dios o religión: “Yo quiero
vengarme de aquel que reina por encima de nosotros (...) Yo lanzaré ,mi guante
y me esforzaré por hundir a ese gigante pigmeo” había dicho en sus años de
Universidad (pero, ¿es en realidad esta una postura coherente?, ¿por qué tanto
odio a alguien que ni siquiera existe?). Por su lado, Lenin, cuando era niño,
vivió la muerte de su hermano Alexander, ahorcado por atentar junto a un grupo
de jóvenes nihilistas contra la vida del zar Alejandro III. Este hecho lo marcó
profundamente y lo determinó a abandonar la religión. Así pues, se confirma en
la experiencia de estos dos “ateos” aquello que ya había dicho Francis Bacon
siglos atrás: “Sólo niega a Dios aquel a quien no conviene que exista”.