lunes, 3 de septiembre de 2012

RELIGIÓN: ¡Jesucristo es más marxista que Marx!: El Cristianismo y la justicia social


Como es sabido para Marx la religión (y en especial el cristianismo) no era más que una forma ideológica diseñada por la clase dominante para justificar y perpetuar su régimen de injusticia y explotación. La religión, al igual que el Estado, no actúa más que en función de los intereses de la clase dominante y a su vez surge como consecuencia de estos. Actúa como un “opio del pueblo” que adormece a la clase obrera haciéndole soñar con un más allá donde será recompensado por su “sacrificio” y “paciencia” de modo que le aconseja conformarse con el estado de cosas presente, apagando así su potencial revolucionario.

Marx tendría toda la razón si la religión no fuera más que eso. Pero la rabia de Marx no se dirige contra la religión en sí misma o contra el Evangelio de Cristo, sino contra el capitalista burgués de cuello blanco, adepto de una religión deformada, politizada y materialista. Para hallar la esencia de la religión, y en especial de la religión cristiana, es necesario remontarse a sus fuentes: los concilios, la tradición dogmática, la Biblia y por sobretodo el Evangelio.

Si leemos la Biblia nos daremos cuenta de que de principio a fin denuncia la injusticia en la sociedad y la iniquidad de los hombres. Nada de apología a la explotación. Ya desde el Antiguo Testamento los profetas alzaron su voz en nombre de Dios denunciando a quienes promulgaban leyes injustas para atropellar el derecho de los débiles (Isaías 10:1-3), a los gobernantes que despojaban a su pueblo (Isaías 3:14-15), a los ricos que se adueñaban del país entero (Isaías 5:8-9), etc. El Nuevo Testamento no es menos categórico. Ahí tenemos al apóstol Santiago que escribe: “El salario que no les dieron a los hombres que trabajaron en su cosecha está clamando contra ustedes; y el Señor Todopoderoso ha oído el reclamo de esos trabajadores” (Santiago 5:4). Ni siquiera el mismo Marx condenó con tal vehemencia a la “plusvalía”.

Si vamos al Evangelio nos daremos cuenta de que primero que nada está dirigido a los pobres. Al iniciar oficialmente su ministerio en la sinagoga de Nazaret Jesucristo lee las siguientes palabras del libro de Isaías: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha consagrado para llevar la buena noticia a los pobres; me ha enviado a anunciar libertad a los presos; a dar vista a los ciegos; y a poner en libertad a los oprimidos” (Lucas 4:18). Nada de apología a la dominación clasista, Jesucristo viene a acabar con la injusticia y la explotación pero no por la vía de una revolución y la expropiación de los propietarios sino por la vía del amor y la solidaridad. Es por ello que al joven rico que le pregunta qué hacer para llegar a la vida eterna, le dice: “Si quieres ser perfecto, anda, vende todo lo que tienes y dáselo a los pobres. Así tendrás un tesoro en el cielo” (Mateo 19:21).

Jesucristo mismo nació en una familia muy pobre y, si hubiese vivido en los tiempos de Marx, de seguro habría nacido en una familia obrera. Esta pobreza extrema que aceptó voluntariamente muestra su total solidaridad para con la clase explotada. Jesucristo, hombre y Dios, se identifica totalmente con el sufrimiento de los obreros a causa de la injusticia y se preocupa por ellos. Si ser marxista se trata de buscar la justicia social resultaría que Jesús es más marxista que el mismo Marx.

Así pues, muy por el contrario de predicar la resignación a la opresión y el mantenimiento de un orden injusto en la espera del cielo la justicia y la caridad de Jesucristo obligan al cristiano a contribuir en la creación de una sociedad justa y solidaria. Por eso es que todo cristiano tiene que estar totalmente comprometido con este ideal. El día del Juicio Jesucristo nos juzgará por cuánto hayamos hecho por hacerlo realidad: “Vengan ustedes, benditos de mi Padre; reciban el reino que Dios les ha preparado desde que hizo el mundo. Pues tuve hambre, y me dieron de comer; tuve sed, y me dieron de beber; anduve forastero, y me hospedaron. Estuve desnudo, y ustedes me vistieron; estuve enfermo, y me visitaron; estuve en la cárcel y vinieron a verme. Entonces los justos dirán: ¿Pero cuándo te vimos forastero, y te hospedamos, o desnudo, y te vestimos? ¿O cuando te vimos enfermo o en la cárcel, y te visitamos? El Rey les contestará: Les aseguro que todo lo que hicieron a uno de estos hermanos míos los más pequeños, a mí me lo hicieron” (Mateo 25:34-40).